LA ALMENDRA
Memorias eróticas de una mujer árabe
Nedjma
Traducción de Cora Cebza
Editorial Maeva
El libro está escrito en primera persona, con tono autobiográfico va narrando los recuerdos de una parte de la vida de Badra. Un tiempo espinoso en el que a raíz de tomar una decisión drástica su vida cambia y empieza a conocer sentimientos y sensaciones desconocidas hasta ese momento.
Es un testimonio atrevido. Escribir sobre sexo no es fácil siendo árabe y teniendo arraigadas unas creencias y unas costumbres que deben de perdurar por encima de lo personal, de los deseos y los sentimientos.
En el prólogo dice que es ante todo una historia de alma y carne, que versa sobre el amor y que llama a las cosas por su nombre... Un relato que levanta como una copa, a la salud de todas las mujeres árabes, para quienes recuperar la palabra confiscada en relación con el cuerpo equivale a curar a medias a sus hombres.
Badra es obligada por su familia a casarse con un hombre insensible y harta de las vejaciones a las que la somete y de las acusaciones de sus cuñadas por no poder tener hijos, decide escaparse y llega a Tánger, a casa de su tía. Allí conoce a Driss, un médico burgués, y junto a él descubre los placeres carnales y experimenta el amor sensual. Badra va relatando estas experiencias alternándolas con recuerdos de la infancia, adolescencia y con episodios de su frustrante experiencia conyugal. Así rompe el silencio de las mujeres árabes y habla sobre sexualidad, sueños eróticos y vida íntima.
Un fragmento:
¿La felicidad? Es hacer el amor por amor. Es el corazón que amenaza con reventar a fuerza de latir, cuando una mirada inenarrable se posa en tu boca, cuando una mano te deja un poco de sudor en el hueco de la rodilla izquierda. Es la saliva del ser amado que fluye por tu garganta, edulcorada, transparente. Es el cuello que se alarga, se libera de sus nudos y fatigas, deviene el infinito porque una lengua lo recorre en toda su extensión. Es el lóbulo de la oreja que pulsa como un bajo vientre. Es la espalda que delira e inventa sonidos y estremecimientos para decir “te amo”. Es la pierna que se levanta, aquiescente, las bragas que caen como una hoja en otoño, inútiles y molestas. Es una mano que se adentra en el bosque de los cabellos, despierta las raíces y las riega, pródiga, con su ternura. Es el terror de tener que abrirse y la increíble fuerza de ofrecerse, cuando todo en el mundo constituye un pretexto para llorar. La felicidad de Driss, erecto por primera vez dentro de mí, y cuyas lágrimas goteaban en el hueco de mi hombro. La felicidad era él. Era yo.
El resto sólo eran fosas comunes y vertederos.
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