EL DESIERTO VERDE
Eduardo Moga
Editora regional de Extremadura, 2012
Eduardo Moga, nos habla
en estos poemas de las verdades y las certezas que nos acompañan. Un libro que
cuenta las cosas que se hacen, las calles que caminas, los lugares donde fuimos
y nos hacemos. El libro nos habla de Hoyos, un paraje concreto en la Sierra de
Gata, por tierra extremeña, donde narra lo que ve, lo que siente, lo que desea
y la tristeza de lo que queda sin vivir. Todo está construido con la magia del amplio
vocabulario que tan magistral utiliza Moga, parece que no existe otra palabra
más acertada que la que él escribe. La destreza de lo aparentemente sencillo
para hacerlo excepcional: como el cantar de un gallo, o el preparar el
desayuno oyendo un caballo pasar. Un libro que he disfrutado mucho y que invito a leer.
Un poema:
Sendero de la cuesta
LA SEQUEDAD IMPREGNA
LOS OJOS, y luego desciende por los entresijos craneales, y atraviesa la
tráquea, y desagua en los alveolos, impacientes por dilatarse, y se diluye, por
fin, en una sucesión de estremecimientos cordiales y contracciones gástricas.
La sequedad promueve el silencio, como si reprimiese cuanto quisiera surgir y derramarse,
cuanto participase de la condición de barro y meteoro. Y en silencio caminamos,
observando la delicadeza con que se posa el aire en las jaras despeinadas, la
monotonía siderúrgica de las cigarras, la extinción y, a la vez, el nacimiento de
las sombras [mueren las astilladas por el sol, depositarias de una frescura
híspida, que se asienta en un afuera ilimitado: brotan las que desgrana el
ocaso, que empieza a almendrar las crestas de los cerros]. Las sombras son una
promesa, pero también un engranaje: ocurren, no transigen; chirrían en los
recodos del camino, o en las peladuras de los desmontes, o en el abombamiento
de las colinas. Las sombras son proyectiles que se extinguen cuando impactan;
son el silencio de la luz, indelebles como la luz. Caminamos. Se acercan tres,
cuatro perros, entre ladridos metálicos, que resuenan en las laderas como la
tos de un escrofuloso. La sed es un fluido. También los pasos que damos,
enhebrados por una voluntad sin propósito. Los árboles, despellejados, nos adelantan:
su prisa es subterránea y celestial; su ajetreo, un atropello de saprofitos e
inflorescencias. De una casa, a la que se dirige un sendero perezoso, llegan
una música arriada y cascotes de conversaciones; de otra, cenicienta de
encinas, solo oímos el temblor acrílico de su quietud, el zumbido de la
invisibilidad. El camino conduce al repartidor de televisión. El sol es un
agujero de fuego, que se reblandece en ocres soliviantados, en regatos que no
están, en muros cuyos helechos murmuran. La sequedad nos estraga, aunque
agonice. Caminamos. Sonreímos. Lejos, una campana.
EDUARDO MOGA
1 comentario :
Un ejemplo de cómo la cotidianidad se torna mágica con la mirada y la sensibilidad de un poeta.
Un beso,
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