Cuando el hombre llegó me ofreció un ramo de rosas, yo deseaba un
espejo; me negué a aceptarlas.
Sonrió y se marchó en silencio.
Pasaron seis meses hasta que apareció con un violín, yo deseaba una esfera; me negué a aceptarlo.
Sonrió nuevamente y se marchó en silencio.
Anoche volvió, me entregó una espina.
La acepté silenciosamente, entonces el hombre se deshizo delante de mis ojos atónitos.
Ahora cargo mi espejo, mi espacio y mi espina pero sigo deseando la arena de su cuerpo que desapareció con la última ofrenda.
septiembre 18, 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
1 comentario :
Se esconde la flor
cambia de nombre
siempre esquiva
y por tanto,
despiadada.
¿Quién entrenó a la doncella
para que no se dejara ver las espinas?
Ella actualiza mi agonía,
le hace ajustes,
labra mi rostro con versiones de la sombra,
atasca la brújula.
anuar ivan.
Publicar un comentario