Uf. Mal empezamos. A cuántos hombres y mujeres a lo largo de la historia les habrá sobrevenido esa misma paralizante sensación que San Agustín expresó tan lúcidamente: «Cuando no me lo preguntan, lo sé. Cuando me lo preguntan, no lo sé». Porque, si nos paramos a pensarlo un momento, ¿qué es antes?, ¿qué es después?, y sobre todo, ¿qué es ahora? Es más, cómo puedo pararme a pensarlo un momento, si no sé qué demonios es un momento.
La percepción interna del tiempo es algo que se nos escapa, los ahoras se nos escapan entre los dedos, uno tras otro. ¿Es el tiempo sólo eso, un fenómeno de los sentidos? ¿Depende de nosotros, es algo relativo? ¿O por el contrario es absoluto?…
A un lado del ring la concepción cristiana del tiempo, más de quince siglos de peso, pura linealidad, y a sus espaldas todo un equipo de santísimos entrenadores. En la esquina contraria del cuadrilátero, el concepto cíclico del tiempo de los griegos, veinticinco siglos de peso, con su famoso bucle interminable de ganchos y directos, y con el más estelar de los entrenadores, el mismísimo Friedrich Nietzsche y su eterno retorno. To do is to be. En las gradas, Newton, con sus postulados absolutistas, dispuesto a saltar en cuanto se tercie al otro lado de las cuerdas; el señor Kant, con el tiempo y el espacio en los bolsillos del abrigo, como condiciones a priori de la sensibilidad humana: To be is to do; y sentado un poco más arriba, Einstein y su teoría de la relatividad, entre muchos otros destacados asistentes.
El combate promete. Desde luego que promete. Sin embargo, nosotros a veces nos distraemos, hundimos la mano en el bol de las palomitas y nos quedamos un rato pensando en las cosas que de verdad nos preocupan, en nuestras musarañas. En que la vida es relato. En que el relato es tiempo. En que contar bien es desordenar ese tiempo. Y en cómo los desórdenes del tiempo te pueden asaltar en cualquier parte. Un desliz de la memoria, una disfunción de la memoria a corto plazo. Le puede ocurrir a cualquiera, a un hombre que va a ser ahorcado en un puente sobre un río de Alabama, o a un escritor checo que está a punto de ser fusilado por la Gestapo. La eternidad, el viaje en el tiempo, el milagro. ¿O es que acaso no dedicamos gran parte de nuestros momentos presentes a perseguir el tiempo perdido?... O no. O puede que el perseguidor de Cortázar buscara en realidad otra cosa. Quizá buscaba sólo ritmo. Do be do be do. Puede que fuese eso. Quizás el tiempo es movimiento, y música, y literatura, y sólo tenemos que dejarlo fluir por nuestro saxo.
Contestación publicada en el blog de Clara Obligado 13/10/11
No hay comentarios :
Publicar un comentario