junio 29, 2014

 
 
EL VIEJO CATEDRÁTICO


Le pregunté sobre aquellos tiempos
en que éramos tan jóvenes,
ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos.

Algo de eso ha quedado, excepto la juventud
-respondió.

Le pregunté si todavía sabe a ciencia cierta
lo que es bueno y lo que es malo para el hombre.

La más mortífera ilusión posible
-respondió.

Le pregunté por el futuro,
si lo sigue viendo claro.

He leído demasiados libros de historia
-respondió.

Le pregunté por la fotografía,
esa en el marco, sobre el escritorio.

Fueron, pasaron. Mi hermano, mi primo, mi cuñada,
mi esposa, mi hijita sobre las rodillas de mi esposa,
el gato en los brazos de mi hijita,
y un cerezo en flor, y sobre el cerezo
un pájaro volador no identificado
-respondió.

Le pregunté si es a veces feliz.

Trabajo
-respondió.

Le pregunté por los amigos, si todavía tiene.

Algunos de mis antiguos ayudantes,
que también tienen antiguos ayudantes,
la señora Luzmila, que gobierna mi casa,
alguien muy cercano, pero en el extranjero,
dos señoras de la biblioteca, las dos sonrientes,
el pequeño Gregorio de enfrente y Marco Aurelio
-respondió.

Le pregunté por la salud y por su estado de ánimo.

Me prohíben el café, el vodka, los cigarros,
cargar recuerdos y objetos pesados.
Tengo que fingir que no lo oigo
-respondió.

Le pregunté por el jardín y el banco en el jardín.

Cuando la noche es serena observo el cielo.
No deja de asombrarme cuántos puntos de vista hay ahí
-respondió.


 WISLAWA SZYMBORSKA DOS PUNTOS (2004)
 
TRADUCCIÓN DE GERARDO BELTRÁN Y ABEL A. MURCIA SORIANO

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junio 26, 2014

El ser humano fluctúa entre el cielo y la tierra, entre el paraíso y el infiero; aun cuando lo poseen su sed y su encarnizado dolor, a veces alcanza palpar la faz del agua. Mientras vivimos la realidad en fuga, el vacío, esa indiferencia constante, la soledad que entre bocinazos de automóviles, campañas publicitarias y crónicas policiales va llenando la informidad de nuestras ciudades, mientras permanecemos en el espacio público, en ese tantas veces aterrador espacio de todos, de nadie, sentimos la urgencia de comprendernos. En medio de ese tiempo surge, como un abrupto silencio, la poesía como su expresión casi inaudible de esa piedad por todo lo perdido en el mundo.

Cuando imagino que la poesía es un canto de piedad, y cuando la fuerza de ese canto consigue atravesarme, devastar mi razón, siento una completad con lo que me rodea, con eso que está ahí tantas veces sin que nadie se detenga a mirarlo; la hierba que crece entre las aceras, por ejemplo, o los ojos de los niños que venden chicles, o el paso de un rayo de sol que contiene miles de partículas.

Bianni Sandoval Toledo

junio 23, 2014

HE LEÍDO





SÓLO DE LO PERDIDO

Carlos Castán

Editorial Destino, 2008

Sólo de lo perdido, es un libro triste, de una tristeza verdadera y opaca. Todos los personajes de este libro están perdidos, no saben que no pueden ser otro sino el que son. Algunos se mueren, pero continúan viviendo. Son días vacíos, con pocos planes. Algunos sin sueños, con días idénticos. Vidas al límite. Personajes que rezuman dolor, atormentados.
Son dieciocho cuentos en el que el tono no cambia. Los personajes perdidos se arrastran por una existencia de la que quieren huir pero en la que terminan atrapados, carentes de fuerza, con cierta acomodación en la rutina. Inmersos en la soledad y en la añoranza de lo que no se recupera. Amor imposible. El glamour perdido del terciopelo. El pasado persiguiéndose y persiguiéndonos. El desasosiego matando por amor. Decisiones que paralizan. La isla de una persona en la que reposar. La carga de los días felices.

Un fragmento:

…Y hay un miedo que acecha por cada costado: el temor de que año tras año la vida continúe siendo apenas esto, los días lentos y repetidos, el pasillo lleno de puertas de mi hotel imaginario, la pastilla para conciliar un sueño en cuyos umbrales acierto a ser otro, y sólo entonces, sólo así; y por otra parte, pavor de doble garra, el pánico a todo lo contrario, a la más puta calle, fundamentalmente a mí mismo y a esa vena de homeless con querencia hacia todos los tugurios y arrabales que recuerden el frío atroz de los márgenes del mundo. Entretanto, cruz de duda. Culpa por no vivir y por la posibilidad de vivir, meses, sin nada que pasan veloces como los cielos de Gus Van Sant.

junio 16, 2014



Reportaje

Desde esta cárcel podría
verse el mar, seguirse el giro
de las gaviotas, pulsar
el latir del tiempo vivo.
Esta cárcel es como una
playa: todo está dormido
en ella. Las olas rompen
casi a sus pies. El estío,
la primavera, el invierno,
el otoño, son caminos
exteriores que otros andan:
cosas sin vigencia, símbolos
mudables del tiempo. (El tiempo
aquí no tiene sentido).
Esta cárcel fue primero
cementerio. Yo era un niño
y algunas veces pasé
por este lugar. Sombríos
cipreses, mármoles rotos.
Pero ya el tiempo podrido
contaminaba la tierra.
La yerba ya no era el grito
de la vida. Una mañana
removieron con los picos
y las palas la frescura
del suelo, y todo —los nichos,
rosales, cipreses, tapias—
perdió su viejo latido.
Nuevo cementerio alzaron
para los vivos.
Desde esta cárcel podría
tocarse el mar; mas el mar,
los montes recién nacidos,
los árboles que se apagan
entre acordes amarillos,
las playas que abre al alba
grandes abanicos,
son cosas externas, cosas
sin vigencia, antiguos mitos,
caminos que otros recorren.
Son tiempo
y aquí no tiene sentido.
Por lo demás todo es
terriblemente sencillo.
El agua matinal tiene figura de fuente…
(Grifos
al amanecer. Espaldas
desnudas. Ojos heridos
por el alba fría). Todo
es aquí sencillo,
terriblemente sencillo.
Y así las horas. Y así
los años. Y acaso un tibio
atardecer del otoño
(hablan de Jesús) sentimos
parado el tiempo. (Jesús
habló a los hombres, y dijo:
«Bienaventurados los pobres de espíritu»).
Pero Jesús no está aquí
(salió por la gran vidriera,
corre por un risco,
va en una barca, con Pedro,
por el mar tranquilo).
Jesús no está aquí.
Lo eterno se desvae, y es lo efímero
—una mujer rubia, un día
de niebla, un niño tendido
sobre la yerba, una alondra
que rasga el cielo—, es lo efímero
eso que pasa y que muda
lo que nos tiene prendidos.
Sed de tiempo, porque el tiempo
aquí no tiene sentido.
Un hombre pasa. (Sus ojos
llenos de tiempo). Un ser vivo.
Dice: «Cuatro, cinco años…».
Como si echara los años
al olvido.
Un muchacho de los valles
de Liébana. Un campesino.
(Parece oírse la voz
de la madre: «Hijo,
no tardes», ladrar los perros
por los verdes pinos,
nacer las flores azules
de abril…).
Dice: «Cuatro, cinco,
seis años…», sereno, como
si los echase al olvido.
El cielo, a veces, azul,
gris, morado o encendido
de lumbres. Dorado a veces.
Derramado oro divino.
De sobra sabemos quién
derrama el oro, y da al lirio
sus vestiduras, quién presta
su rojo color al vino
vuela entre nubes, ordena
las estaciones…
(Caminos
exteriores que otros andan).
Aquí está el tiempo sin símbolo
como agua errante que no
modela el río.
Y yo, entre cosas de tiempo,
ando, vengo y voy perdido.
Pero estoy aquí, y aquí
no tiene el tiempo sentido.
Deseternizado, ángel
con nostalgia de un granito
de tiempo. Piensan al verme:
«Si estará dormido…».
Porque sin una evidencia
de tiempo, yo no estoy vivo.
Desde esta cárcel podría
verse el mar —yo ya no pienso
en el mar—. Oigo los grifos
al amanecer. No pienso
que el chorro me canta un frío
cantar de fuente. Me labro
mis nuevos caminos.
Para no sentirme solo
por los siglos de los siglos.

JOSÉ HIERRO
De su libro HIERRO ILUSTRADO Antología gráfica y poética de José Hierro (Nordica Libros)