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enero 13, 2014

No se parte.-Reanudemos los caminos de aquí, cargado con mi vicio, el vicio que ha desplegado sus raíces de sufrimiento en mi costado, desde que tuve uso de razón,-que sube al cielo, me golpea, me derriba, me arrastra.
La última inocencia y la última timidez. Ya está dicho. No llevar al mundo mis desganas y mis traiciones.
¡Vamos! La marcha, el fardo, el desierto, el hastío y la cólera.
¿A quién alquilarme? ¿Qué bestia hay que adorar? ¿Qué santa imagen atacan? ¿ué corazones destrozaré? ¿Qué mentira debo sostener? -¿En qué sangre, caminar?
Mejor, preservarse de la justicia. -La vida dura, el simple embrutecimiento, -levantar el puño descarnado, la tapa del ataúd, sentarse, ahogarse. Así, nada de vejez, ni de peligros: el terror no es francés.
-¡Ay!, estoy tan desamparado que ofrezco a cualquier imagen divina, impulsos hacia la perfección.
¡Oh mi abnegación, oh mi maravillosa caridad!, aquí abajo, sin embargo.
De profundis, Domine, ¿seré idiota?

J.Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno

agosto 25, 2009

ARTHUR RIMBAUD

Arthur Rimbaud (Charleville, 1854 - Marsella, 1891) escribió unos pocos libros (El barco ebrio, Una temporada en el infierno, Iluminaciones), todos ellos de una rara intensidad, y se convirtió en una cima de la Historia de la Poesía.

Dos piezas de Iluminaciones:

III

En el bosque hay un pájaro: su cantar te detiene y te ruboriza.
Hay un reloj que no da las horas.
Hay una hoyada con un nido de animales blancos.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un cochecito abandonado en el boscaje, o lo que baja a toda prisa por el sendero, adornado con cintas.
Hay una compañía de cómicos en traje de función, vistos desde la carretera, por entre el lindazo del bosque.
Hay, finalmente, cuando llegan el hambre y la sed, alguien que te ahuyenta.


IV

Soy el santo que reza en la terraza –como los animales mansos que van paciendo hasta el mar de Palestina.
Soy el sabio en el sillón sombrío. Las ramas y la lluvia se arrojan contra la ventana de la biblioteca.
Soy el viandante de la carretera entre bosques enanos; el rumor de las esclusas ahoga mis pasos. Miro largamente la melancólica colada de oro del crepúsculo.
Sería con gusto el niño abandonado en el embarcadero roto que flota en alta mar, el paje que camina por la alameda, con la frente en el cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retama. El aire está inmóvil. ¡Qué lejos quedan los pájaros y las fuentes! Tiene que ser el fin del mundo, camino adelante.

ARTHUR RIMBAUD
Poemas en prosa incluidos en Iluminaciones (Hiperión; Madrid, 1985).
Traducción: Ramón Buenaventura.
Imagen: zurdasiniestra.org