octubre 31, 2014

HE LEÍDO






 
EL DESIERTO VERDE
Eduardo Moga
Editora regional de Extremadura, 2012

Eduardo Moga, nos habla en estos poemas de las verdades y las certezas que nos acompañan. Un libro que cuenta las cosas que se hacen, las calles que caminas, los lugares donde fuimos y nos hacemos. El libro nos habla de Hoyos, un paraje concreto en la Sierra de Gata, por tierra extremeña, donde narra lo que ve, lo que siente, lo que desea y la tristeza de lo que queda sin vivir. Todo está construido con la magia del amplio vocabulario que tan magistral utiliza Moga, parece que no existe otra palabra más acertada que la que él escribe. La destreza de lo aparentemente sencillo para hacerlo excepcional: como el cantar de un gallo, o el preparar el desayuno oyendo un caballo pasar. Un libro que he disfrutado mucho y que invito a leer.

Un poema:


Sendero de la cuesta

LA SEQUEDAD IMPREGNA LOS OJOS, y luego desciende por los entresijos craneales, y atraviesa la tráquea, y desagua en los alveolos, impacientes por dilatarse, y se diluye, por fin, en una sucesión de estremecimientos cordiales y contracciones gástricas. La sequedad promueve el silencio, como si reprimiese cuanto quisiera surgir y derramarse, cuanto participase de la condición de barro y meteoro. Y en silencio caminamos, observando la delicadeza con que se posa el aire en las jaras despeinadas, la monotonía siderúrgica de las cigarras, la extinción y, a la vez, el nacimiento de las sombras [mueren las astilladas por el sol, depositarias de una frescura híspida, que se asienta en un afuera ilimitado: brotan las que desgrana el ocaso, que empieza a almendrar las crestas de los cerros]. Las sombras son una promesa, pero también un engranaje: ocurren, no transigen; chirrían en los recodos del camino, o en las peladuras de los desmontes, o en el abombamiento de las colinas. Las sombras son proyectiles que se extinguen cuando impactan; son el silencio de la luz, indelebles como la luz. Caminamos. Se acercan tres, cuatro perros, entre ladridos metálicos, que resuenan en las laderas como la tos de un escrofuloso. La sed es un fluido. También los pasos que damos, enhebrados por una voluntad sin propósito. Los árboles, despellejados, nos adelantan: su prisa es subterránea y celestial; su ajetreo, un atropello de saprofitos e inflorescencias. De una casa, a la que se dirige un sendero perezoso, llegan una música arriada y cascotes de conversaciones; de otra, cenicienta de encinas, solo oímos el temblor acrílico de su quietud, el zumbido de la invisibilidad. El camino conduce al repartidor de televisión. El sol es un agujero de fuego, que se reblandece en ocres soliviantados, en regatos que no están, en muros cuyos helechos murmuran. La sequedad nos estraga, aunque agonice. Caminamos. Sonreímos. Lejos, una campana.

EDUARDO MOGA



1 comentario :

Tesa Medina dijo...

Un ejemplo de cómo la cotidianidad se torna mágica con la mirada y la sensibilidad de un poeta.

Un beso,