Día noventa y nueve
A veces uno quisiera que este diario fuera un seppuku: el samurái que palpa con los dedos el punto del abdomen donde hundirá el filo del tanto, a fin de abrirse el vientre frente al lector, y que éste, en un gesto compasivo, alce la katana y de un golpe certero, le corte la cabeza y acabe con tan lamentable espectáculo. No, uno no puede abrirse el vientre a fin de que las palabras broten como vísceras humeantes. Sería una falta de respeto. Es una impostura más y un modo inelegante de mostrarse ante los demás, un estropicio innecesario y un poco maloliente, dicho sea de paso. Salvo que, en verdad, el escritor-samurái sea capaz de llevar a cabo el ritual y se inmole como Pavesse, diciendo aquello de "Basta de palabras: un acto". Pero uno, de momento, no está por la labor.
JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ
De su libro Diario del hombre pálido
2 comentarios :
Terrible siempre, lo del seppuku.
Un abrazo.
brillante y curioso.
Un beso.
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