mayo 24, 2013

HE LEÍDO



Polvo en el neón
Carlos Castán
Fotografías de Dominique Leyva
Tropo editores, 2012

Carlos Castán nos lleva junto a las imágenes del fotógrafo Dominique Leyva, por una narración que tiene dos viajes respecto al mismo protagonista (Quinn). Por un lado viaja a cobrar la herencia que le deja una tía lejana, y por otro, dentro de ese mismo viaje físico se desarrolla el viaje interior, el que analiza la vida mientras recorre esos lugares y en ese trayecto que cruza la ruta 66. Esa ruta y las diferentes paradas en los moteles le pone delante sus pasiones, sus naufragios, sus miedos y sus anhelos. Los sonidos, los vacíos, lo que hay que destruir y lo que hay que rescatar. Carlos Castán nos vuelve a reencontrar con la imagen de la soledad, de las soledades, del amor y los desamores que nos acompañan allá donde estemos, donde viajemos.


Se mezcla perfectamente el mundo de las fotografías de Dominique Leyva que construyen las imágenes físicas de esa ruta ‘interior’, una narración transversal donde una se diluye con la otra. En el argumento están los personajes de los que las fotografías carecen y en las fotografías las luces, las sombras, los planos que el argumento contiene. Narración=Fotografía.

Personalmente es un libro que me ha llevado muy lejos poniendo de manifiesto los demonios que siempre acompañan. Un libro que me ha recordado el fondo de los mundos, las imágenes de Carver, en esa frase de la página 59, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? seco, duro, despiadado, lleno de silencios que gritan de una forma ensordecedora y rebosante de ese sentimiento que es el centro de la vida.


Un fragmento

Parecían claras las cosas al principio, buscar moteles sucios, arrancarse la ropa, decirse las palabras que despiertan al monstruo. Y habría sido perfecto si no fuese por el puto amor que todo lo acaba ensuciando de ternura y envuelve a los amantes en la añoranza de una luz más triste y una tarde vacía en la que recordar la vida o dormirse viendo la televisión enredados en el sofá, la manta de ganchillo tapándolos como una red, con un café olvidado sobre el mantel y revistas ya leídas por todas partes. El amor siempre requiere poner sobre la mesa la idea de futuro. Y el deseo lo pudre tan pronto como puede, y pide a cambio flores, masajes en la espalda, reclama paseos con las manos unidas por calles y vergeles, y toda esa confusión de proyectos, facturas y violines. (…)

Pensó que probablemente lo que de verdad le gustaba en esta vida era irse, y que todo es banal y pequeño al lado del que se va.

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