Polvo en el neón
Carlos Castán
Fotografías de Dominique Leyva
Tropo editores, 2012
Carlos Castán nos lleva junto a las imágenes del fotógrafo Dominique
Leyva, por
una narración que tiene dos viajes respecto al mismo protagonista (Quinn). Por
un lado viaja a cobrar la herencia que le deja una tía lejana, y por otro,
dentro de ese mismo viaje físico se desarrolla el viaje interior, el que analiza
la vida mientras recorre esos lugares y en ese trayecto que cruza la ruta 66. Esa ruta y las diferentes paradas en los moteles le pone
delante sus pasiones, sus naufragios, sus miedos y sus anhelos. Los sonidos,
los vacíos, lo que hay que destruir y lo que hay que rescatar. Carlos Castán
nos vuelve a reencontrar con la imagen de la soledad, de las soledades, del amor
y los desamores que nos acompañan allá donde estemos, donde viajemos.
Se mezcla perfectamente el mundo de las fotografías de
Dominique Leyva que
construyen las imágenes físicas de esa ruta ‘interior’, una narración
transversal donde una se diluye con la otra. En el argumento están los
personajes de los que las fotografías carecen y en las fotografías las luces,
las sombras, los planos que el argumento contiene. Narración=Fotografía.
Personalmente es un libro que me ha llevado muy lejos poniendo de
manifiesto los demonios que siempre acompañan. Un libro que me ha recordado
el fondo de los mundos, las imágenes de Carver, en esa frase de la página 59, “¿Quieres hacer el favor de
callarte, por favor?” seco, duro, despiadado, lleno de silencios que gritan de una forma
ensordecedora y rebosante de ese sentimiento que es el centro de la vida.
Un fragmento
Parecían claras las cosas al principio, buscar moteles sucios,
arrancarse la ropa, decirse las palabras que despiertan al monstruo. Y habría
sido perfecto si no fuese por el puto amor que todo lo acaba ensuciando de
ternura y envuelve a los amantes en la añoranza de una luz más triste y una
tarde vacía en la que recordar la vida o dormirse viendo la televisión enredados
en el sofá, la manta de ganchillo tapándolos como una red, con un café olvidado
sobre el mantel y revistas ya leídas por todas partes. El amor siempre requiere
poner sobre la mesa la idea de futuro. Y el deseo lo pudre tan pronto como
puede, y pide a cambio flores, masajes en la espalda, reclama paseos con las
manos unidas por calles y vergeles, y toda esa confusión de proyectos, facturas
y violines. (…)
Pensó que probablemente lo que de verdad le gustaba en esta vida era
irse, y que todo es banal y pequeño al lado del que se va.
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