Antonio Jiménez Paz (La Palma , 1961) es autor de los poemarios Los ciclos de la piel (Ediciones La Palma ; Madrid, 1992), Tratado de ornitología (La Calle de la Costa ; Santa Cruz de Tenerife, 1994), Diario de la distancia (Huerga & Fierro Editores; Madrid, 1996), Tren de vida [1992-2002] (Baile del Sol; Tegueste, Tenerife, 2003), Casi todo es mío (Artemisa Editores; Santa Cruz de Tenerife, 2005; reeditado por Baile del Sol; Tegueste, Tenerife, 2008), Zoo sin fauna (Cuadernos Amerhispanos; México, 2009; republicado en formato ebook y en papel por Editorial 23 Escalones; Santa Cruz de Tenerife, 2010).
Un poema:
A FÉLIX FRANCISCO CASANOVA
Hay un hombre frente a mí
cuyo deseo es abrevar la marejada.
Con sesgo se retuerce,
como víbora serpentea,
me tira del calcetín...
este hombre no sé lo que quiere.
Fino como alambre,
ratero como los ladrones,
este hombre se babea
como rastrojo del alba.
Es casi una sombra,
casi un vuelco de luna,
casi una rana de estanque
caída en pedazos.
Hay un hombre frente a mí
que alimenta su veneno
con el caldo de mi piel.
Me ha chupado los labios
y ya no duermo en paz.
Lleva maletas de mi espacio.
La primera vez que lo vi
lucía blanca la yerba de su alfombra.
Y hoy, martes de dinosaurio,
roba hojas de mi despacho.
Hay un hombre frente a mí
callado y sudado,
no sabe desdoblar el insomnio
comprando silbos a la madrugada.
Pretende fomentar la brisa,
aumentar la huella dejada.
Pretende, al fin, quedarse ahí
y no sé cómo despedirlo.
Sentirse agua es su constancia,
aguarse su remordimiento.
Este hombre navega despacio
horadando soñoliento
las fauces de la noche,
el estertóreo rumor melancólico
de las aves en un cerco.
Hay un hombre frente a mí
penetrando el túnel de mis ojos.
Como rama de canela
se levanta su olor a madera,
como cigarra mortecina
aúpa en salto un presagio.
No tengo qué ofrecerle.
Tampoco él ofrece algo.
Urgente e incapaz se enamora
de la ciénaga, del leopardo,
del buitre ponzoñoso,
de la estercolera humana.
Y, disimuladamente, se escurre
entre mis papeles.
Arde su traje de lentejuelas,
se codea con el péndulo del sonido:
realmente un sonido basta.
Hay un hombre frente a mí
que ya no sé si está enfrente.
Pretende matarme,
llevarme al huerto de su escarnio.
Come alcanfor tintado
desnutriendo mi corazón por dentro.
Se estira al sol como lagarto,
como cántaro junto a la acequia,
como alvéolo borracho
me alcanza una copa
repleta de fécula eyaculada.
Pretende convertirme
cuyo deseo es abrevar la marejada.
Con sesgo se retuerce,
como víbora serpentea,
me tira del calcetín...
este hombre no sé lo que quiere.
Fino como alambre,
ratero como los ladrones,
este hombre se babea
como rastrojo del alba.
Es casi una sombra,
casi un vuelco de luna,
casi una rana de estanque
caída en pedazos.
Hay un hombre frente a mí
que alimenta su veneno
con el caldo de mi piel.
Me ha chupado los labios
y ya no duermo en paz.
Lleva maletas de mi espacio.
La primera vez que lo vi
lucía blanca la yerba de su alfombra.
Y hoy, martes de dinosaurio,
roba hojas de mi despacho.
Hay un hombre frente a mí
callado y sudado,
no sabe desdoblar el insomnio
comprando silbos a la madrugada.
Pretende fomentar la brisa,
aumentar la huella dejada.
Pretende, al fin, quedarse ahí
y no sé cómo despedirlo.
Sentirse agua es su constancia,
aguarse su remordimiento.
Este hombre navega despacio
horadando soñoliento
las fauces de la noche,
el estertóreo rumor melancólico
de las aves en un cerco.
Hay un hombre frente a mí
penetrando el túnel de mis ojos.
Como rama de canela
se levanta su olor a madera,
como cigarra mortecina
aúpa en salto un presagio.
No tengo qué ofrecerle.
Tampoco él ofrece algo.
Urgente e incapaz se enamora
de la ciénaga, del leopardo,
del buitre ponzoñoso,
de la estercolera humana.
Y, disimuladamente, se escurre
entre mis papeles.
Arde su traje de lentejuelas,
se codea con el péndulo del sonido:
realmente un sonido basta.
Hay un hombre frente a mí
que ya no sé si está enfrente.
Pretende matarme,
llevarme al huerto de su escarnio.
Come alcanfor tintado
desnutriendo mi corazón por dentro.
Se estira al sol como lagarto,
como cántaro junto a la acequia,
como alvéolo borracho
me alcanza una copa
repleta de fécula eyaculada.
Pretende convertirme
en un muerto manso.
Acepto la inexactitud
del sexo que me ha robado.
Hay un hombre frente a mí.
No sé cómo enterrarlo.
Acepto la inexactitud
del sexo que me ha robado.
Hay un hombre frente a mí.
No sé cómo enterrarlo.
ANTONIO JIMÉNEZ PAZ
2 comentarios :
No puedo por menos que felicitarte por esta generosidad inagotable tuya de traernos escritores nuevos y noticias nuevas en torno a la literatura y el arte en general.
Es un placer pasar por tu espacio. Siempre descubre uno algo nuevo. En esta ocasión este escritor, desconocido para mí.
Un abrazo.
Interesante... Uno no se acuesta sin descubrir algo cada día. No me esperaba esta sorpresa, doble, tanto por el tema que aborda y cómo lo aborda así como por el autor, del que no tenía noticias hasta este momento. Ya digo, interesante cruce de descubrimientos, hoy.... Agradecido.
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