Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 9 de abril de 1916 – 11 de mayo de 1973) fue poeta, ensayista, músico, crítico de arte, especialista en hermenéutica medieval y simbología. Amigo de André Breton, se interesó por el surrealismo, el sufismo y la Cábala. Colaboró con Antoni Tàpies y Joan Brossa. Su Diccionario de símbolos sigue siendo un libro de referencia. Bronwyn, Variaciones fonovisuales, Canto de la vida muerta o Cordero del abismo son algunos de sus muchos poemarios. La editorial Siruela ha publicado lujosamente toda la obra poética de Cirlot.
Un poema en prosa:
AMOR
A veces me canso de mis ojos y del fulgor celeste que domina la tierra de mi frente. Entonces, a través de las nubes y de los horizontes de todos mis abrasados pensamientos, desciendo a las riberas animales.
Allí, ya no sé cómo escuchan los muertos, ni tan siquiera recuerdo la voz de los pájaros prisioneros. Nadie canta ni grita: apenas se comprende el significado de la palabra. El nombre, poco dice.
Pero los muros sí se levantan, y no para separar el hambre, el dolor o la nostalgia de un paraíso destruido, sino, por el contrario, para acercar y ordenar el abismo en un sistema de rosas encadenadas.
Uso las manos, los labios; me aplasto contra la orilla de esas islas que atraviesan la niebla y que centran con su candente locura el hierro de mi corazón.
Los himnos interiores se apagan como inútiles hogueras que ya no pueden señalar el paso de ejércitos, tal vez destinados a derrotas tremendas, a bruscas aniquilaciones. De la ceniza se hace un tacto, un persistente tacto continuo, que pasa rozando junto al entrecejo. ¡Sí! Acaso no es todo sino un debatirse junto a la tapia del cementerio infinito, un ciego jadeo de frutas destrozadas.
La vigilancia del insecto, la gracia armada del pájaro, la delicada acometividad del pez, se usan, repiten hasta la línea gris que señala el momento en el que la golondrina agoniza…
El cielo ha desaparecido como en un túnel. La desnudez violenta del cielo ha sido destituida por otra desnudez menos amarga, menos dura, menos implacable. Junto a la mujer desnuda, la espada parece una hermana.
¡Pero no! ¡No, para siempre! Amo el regreso a la superficie del canto. Y amo aquella dulce Primavera que no sabe el profundo perfume de la tierra, y que gusta perderse en el aire celestemente herido, invadido de fidelísimas flores y enamorados arcángeles de seda.
Amo la claridad pequeña de mi natal paisaje y su cruel latido sin espejo. Amo su senda milagrosa y alta, donde mis ojos palpitan y arden como dos mariposas de verde nieve, y arden para decirme que yo, desde el principio del mundo, no podía ser sino yo mismo; aquel doncel de plata que está sobre una cumbre.
JUAN EDUARDO CIRLOT
Poema en prosa incluido en el libro En la llama (Siruela, edición de Enrique Granell; Madrid,
2005).Un poema en prosa:
AMOR
A veces me canso de mis ojos y del fulgor celeste que domina la tierra de mi frente. Entonces, a través de las nubes y de los horizontes de todos mis abrasados pensamientos, desciendo a las riberas animales.
Allí, ya no sé cómo escuchan los muertos, ni tan siquiera recuerdo la voz de los pájaros prisioneros. Nadie canta ni grita: apenas se comprende el significado de la palabra. El nombre, poco dice.
Pero los muros sí se levantan, y no para separar el hambre, el dolor o la nostalgia de un paraíso destruido, sino, por el contrario, para acercar y ordenar el abismo en un sistema de rosas encadenadas.
Uso las manos, los labios; me aplasto contra la orilla de esas islas que atraviesan la niebla y que centran con su candente locura el hierro de mi corazón.
Los himnos interiores se apagan como inútiles hogueras que ya no pueden señalar el paso de ejércitos, tal vez destinados a derrotas tremendas, a bruscas aniquilaciones. De la ceniza se hace un tacto, un persistente tacto continuo, que pasa rozando junto al entrecejo. ¡Sí! Acaso no es todo sino un debatirse junto a la tapia del cementerio infinito, un ciego jadeo de frutas destrozadas.
La vigilancia del insecto, la gracia armada del pájaro, la delicada acometividad del pez, se usan, repiten hasta la línea gris que señala el momento en el que la golondrina agoniza…
El cielo ha desaparecido como en un túnel. La desnudez violenta del cielo ha sido destituida por otra desnudez menos amarga, menos dura, menos implacable. Junto a la mujer desnuda, la espada parece una hermana.
¡Pero no! ¡No, para siempre! Amo el regreso a la superficie del canto. Y amo aquella dulce Primavera que no sabe el profundo perfume de la tierra, y que gusta perderse en el aire celestemente herido, invadido de fidelísimas flores y enamorados arcángeles de seda.
Amo la claridad pequeña de mi natal paisaje y su cruel latido sin espejo. Amo su senda milagrosa y alta, donde mis ojos palpitan y arden como dos mariposas de verde nieve, y arden para decirme que yo, desde el principio del mundo, no podía ser sino yo mismo; aquel doncel de plata que está sobre una cumbre.
JUAN EDUARDO CIRLOT
Poema en prosa incluido en el libro En la llama (Siruela, edición de Enrique Granell; Madrid,
Foto: http://www.ucm.es/
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