Fue periodista musical en Madrid. Formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealistas. La Universidad del País Vasco editó toda la obra poética que Irazoki había escrito hasta el año 1990. El volumen se titula Cielos segados (Leioa, colección Poesía vasca, hoy, 1992) y comprende los libros Árgoma (1976-1980), Desiertos para Hades (1982-1988) y La miniatura infinita (1989-1990). Ha colaborado con el fotógrafo segoviano Antonio Arenal. El editor Javier Arbilla publicó Notas del camino (2002), cuaderno-libro con versos de Irazoki e imágenes de Arenal. La editorial Hiperión publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes (Madrid, 2006, Libros Hiperión 193).
Este año saldrá, también editada por Hiperión, su obra: La nota rota, cincuenta semblanzas de músicos.
Desde 1993 reside en París, donde ha cursado diversos estudios musicales: Armonía y Composición, Historia de la Música, etc.
Un poema en prosa:
INAUGURACIÓN DEL EXTRANJERO
Vinieron con brío que era la prisa de su pobreza, y tuvimos que acogerlos en pensiones improvisadas. A otros más rebeldes o pendencieros los alojaron en un barracón de hojalatas al que se accedía por un puente de piedra. Allí vislumbré de noche sus cuerpos apenas iluminados.
Casi todos trabajaron en oficios de vértigo para los que no teníamos coraje. Subidos al techo de una fábrica o sujetos a un poste, soldaban viguetas y tendían cables de electricidad, y su indiferencia ante el peligro aumentó la distancia desde la que los admirábamos.
De dónde llegan, nos decíamos los niños, mientras los dedos índices iban de Ecuador a los círculos polares del mapamundi escolar, sin que tropezaran con unos nombres, Asturias o Extremadura, inventados para nuestro extravío. Aún creció la cautela con que los adultos los observaban en las calles, siempre desde una lejanía que les evitase su saludo y el roce de su acento.
Yo los espié en las cercanías de una taberna y vi que algunos quemaban con alcohol el trecho que les impusimos. Solamente unas cuantas chicas se atrevieron enseguida a tratarlos, y nacieron amores que disgustaron a los nativos.
Por fin, la muerte fue el imán que nos atrajo hacia los inmigrantes. Tres o cuatro de ellos cayeron de una altura para pájaros exóticos y se estrellaron contra el suelo de piedra. Ocurrió al atardecer, o quizá a mediodía con un cielo sucio, como si también las luces desdeñaran a esas víctimas, y recuerdo carreras de mujeres y la claridad rápida de sus velas sobre los rostros de los caídos. No hubo ceremonias ni banderas humillantes, ninguna lágrima, pero los muertos se incorporaron un poco, envolvieron en una sábana sus miembros heridos por el golpe y ensayaron la postura al arrellanarse en mi mente.
Les adeudo el favor de haber manchado la pureza dañina de mi infancia.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
Vinieron con brío que era la prisa de su pobreza, y tuvimos que acogerlos en pensiones improvisadas. A otros más rebeldes o pendencieros los alojaron en un barracón de hojalatas al que se accedía por un puente de piedra. Allí vislumbré de noche sus cuerpos apenas iluminados.
Casi todos trabajaron en oficios de vértigo para los que no teníamos coraje. Subidos al techo de una fábrica o sujetos a un poste, soldaban viguetas y tendían cables de electricidad, y su indiferencia ante el peligro aumentó la distancia desde la que los admirábamos.
De dónde llegan, nos decíamos los niños, mientras los dedos índices iban de Ecuador a los círculos polares del mapamundi escolar, sin que tropezaran con unos nombres, Asturias o Extremadura, inventados para nuestro extravío. Aún creció la cautela con que los adultos los observaban en las calles, siempre desde una lejanía que les evitase su saludo y el roce de su acento.
Yo los espié en las cercanías de una taberna y vi que algunos quemaban con alcohol el trecho que les impusimos. Solamente unas cuantas chicas se atrevieron enseguida a tratarlos, y nacieron amores que disgustaron a los nativos.
Por fin, la muerte fue el imán que nos atrajo hacia los inmigrantes. Tres o cuatro de ellos cayeron de una altura para pájaros exóticos y se estrellaron contra el suelo de piedra. Ocurrió al atardecer, o quizá a mediodía con un cielo sucio, como si también las luces desdeñaran a esas víctimas, y recuerdo carreras de mujeres y la claridad rápida de sus velas sobre los rostros de los caídos. No hubo ceremonias ni banderas humillantes, ninguna lágrima, pero los muertos se incorporaron un poco, envolvieron en una sábana sus miembros heridos por el golpe y ensayaron la postura al arrellanarse en mi mente.
Les adeudo el favor de haber manchado la pureza dañina de mi infancia.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
Texto incluido en el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes (Hiperión, 2006)
Poema:
El SILENCIARIO
Definimos lo que se posa
muerto en nuestras manos.
La vida con displicencia,
según su gradual esplendor,
elude la sumisión a la palabra.
FRANCISCO JAVIER IRAZOKI
Poema incluido en su libro Desiertos para Hades (1982-1988), dentro del volumen Cielos segados (Universidad del País Vasco 1992)
Extraer música
de las celdas exactas
de nuestro tiempo.
Un beso largo
deja en el labio el gusto
de dos destierros.
Qué será magia
cuando hagas del amor
otra costumbre.
Francisco Javier Irazoki
Poemas de su cuaderno-libro Notas del camino (2002)
En estos enlaces podéis encontrar y conocer más del autor:
Hiperión
Los hombres intermitentes
Reseña de Elena Medel en Poesía Digital
Entrevista en El Diario Vasco
Entrevista en El País
Hiperión
Los hombres intermitentes
Reseña de Elena Medel en Poesía Digital
Entrevista en El Diario Vasco
Entrevista en El País
Datos extraídos de: http://es.wikipedia.org/
Foto: Barbara Loyer
4 comentarios :
Bien por el Maestro.
Espero expectante lo que tiene que venir.
Bexos
Yo también Baco, llevo un tiempo deseándolo.
Besos.
Creo que todos estamos esperando su último trabajo. Irazoki es de los que te sorprenden positivamente y es inevitable recalar una y otra vez en sus palabras.
Un beso.
Esperemos que ya quede menos para tener ese libro en nuestras manos, Luisa. Ya somos unos cuantos los que pensamos devorarlo.
Besos.
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