Harkaitz Cano (Lasarte-Oria, Guipúzcoa, 1975) publicó en 1994 su primer poemario en lengua vasca: Kea behelainopean bezala (Susa, Zarautz). Es autor de las novelas Belauna jazz (Susa; Zarautz, 1996), traducido al castellano con el título Jazz y Alaska en la misma frase (Seix Barral; Barcelona), Pasaia blues (Susa; Zarautz, 1999) y Belarraren ahoa (Alberdania; Irún, 2004). Ha escrito asimismo libros de relatos en euskera: Radiobiografiak (Elkar; San Sebastián, 1995), Telefono kaiolatua (Alberdania; Irún, 1997) y Bizkarrean tatuaturiko mapak (Elkarlanea; San Sebastián, 1998). Reunió sus relatos en Enseres de ortopedia inútil (Hiru; Fuenterrabía, 2002) y sus crónicas neoyorquinas en El puente desafinado (Erein; San Sebastián, 2003). El libro de poemas Norbait dabil sute-eskaileran (Susa; Zarautz, 2001) ha sido traducido por el propio Cano: Alguien anda en la escalera de incendios (El Gaviero Ediciones; Almería, 2008).
Un poema:
CENTRIFUGADO DEL REO
Hay a quien se le hace duro.
El truco consiste en mirar las cosas fríamente:
sentarse allí, en la silla, con la misma tranquilidad
con que uno lo haría en la peluquería,
con la única preocupación de si le cortarán
demasiado el flequillo o le arreglarán bien las patillas.
Inspeccionar con ojo clínico de trapero
aquel aparato lleno de correas: un electrodoméstico más.
Como si la silla fuese un congelador que ralentiza
fotogramas desperdiciados en amor y rencores
que te sobrevivirán en los cerebros de quienes te recuerden.
O mejor aún: mirar la silla,
observarla como si se tratase de un trono
del otro lado del espejo, o mejor, de una simple
lavadora. Eso es: quedémonos con la lavadora.
Mirarla como si se tratase de un aparato ensalivador
que masca tus camisas hasta darles el aroma del limón
y hace girar la ropa sucia de tu vida,
ropa que tú mismo has apelmazado y metido dentro.
Te conducen a ella, te invitan a sentarte,
atan las correas y te dan una última oportunidad
para decir algo:
quizá te dé por pedir un cómic de Hugo Pratt
mientras aguardas el desenlace.
Puede que te dejen fumar un último pitillo
(depende del día, las normas son las normas).
Nunca más deberás tender la ropa,
adiós al fatigoso incordio de coladas que gotean.
Todo ha acabado para ti. Y todo, esa palabra,
se te antoja un par de vaqueros aún no gastados,
cuando la silla eléctrica comienza a centrifugar.
El tiempo justo de preguntarte: -¿Quién vestirá mis ropas?
La furgoneta de los traperos ha alcanzado una curva
y bailan por última vez
las camisas del condenado.
Un viejo de lacia melena
introduce monedas en la secadora
mientras chupa la corteza de un limón
y sigue como si nada.
HARKAITZ CANO
Poema incluido en el libro Alguien anda en la escalera de incendios (El Gaviero Ediciones; Almería, 2008).
Un poema:
CENTRIFUGADO DEL REO
Hay a quien se le hace duro.
El truco consiste en mirar las cosas fríamente:
sentarse allí, en la silla, con la misma tranquilidad
con que uno lo haría en la peluquería,
con la única preocupación de si le cortarán
demasiado el flequillo o le arreglarán bien las patillas.
Inspeccionar con ojo clínico de trapero
aquel aparato lleno de correas: un electrodoméstico más.
Como si la silla fuese un congelador que ralentiza
fotogramas desperdiciados en amor y rencores
que te sobrevivirán en los cerebros de quienes te recuerden.
O mejor aún: mirar la silla,
observarla como si se tratase de un trono
del otro lado del espejo, o mejor, de una simple
lavadora. Eso es: quedémonos con la lavadora.
Mirarla como si se tratase de un aparato ensalivador
que masca tus camisas hasta darles el aroma del limón
y hace girar la ropa sucia de tu vida,
ropa que tú mismo has apelmazado y metido dentro.
Te conducen a ella, te invitan a sentarte,
atan las correas y te dan una última oportunidad
para decir algo:
quizá te dé por pedir un cómic de Hugo Pratt
mientras aguardas el desenlace.
Puede que te dejen fumar un último pitillo
(depende del día, las normas son las normas).
Nunca más deberás tender la ropa,
adiós al fatigoso incordio de coladas que gotean.
Todo ha acabado para ti. Y todo, esa palabra,
se te antoja un par de vaqueros aún no gastados,
cuando la silla eléctrica comienza a centrifugar.
El tiempo justo de preguntarte: -¿Quién vestirá mis ropas?
La furgoneta de los traperos ha alcanzado una curva
y bailan por última vez
las camisas del condenado.
Un viejo de lacia melena
introduce monedas en la secadora
mientras chupa la corteza de un limón
y sigue como si nada.
HARKAITZ CANO
Poema incluido en el libro Alguien anda en la escalera de incendios (El Gaviero Ediciones; Almería, 2008).
Imagen: http://www.euskonews.com/
2 comentarios :
Me equivoco o te ha copiado tu idea de la lavadora? (jijijiji). Es una broma.
Veo que ùltimamente te estàs centrando mucho en autores del norte de España.............. no sé por qué serà..........
Muchos besos
EVA
Harkaitz es muy buen escritor. Gracias Ada, el poema. Muy recomendable el poemario "Alguien anda en la escalera de incendios". ¡Hasta mañana!
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