me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente (...)
Félix Francisco Casanova La memoria olvidada
Las vidas pueden ser rosa y azul. Si alguien pasa por tu lado y sonríe, todas las fuerzas confluyen dejando alrededor globos de colores, algodón de azúcar y una noria que no para de girar. Y sin embargo hay un espacio frío, gris como el anochecer del Hades, en el que está vetado el camino de regreso y quedas huérfano, desprotegido, sumido en el oscuro hueco que te separa de la luz, donde espera Caronte.
Me suicidé en los recuerdos hace ya... ni lo sé. Fue al amanecer. Hacía calor y olía a nardos. En un arrebato de renovación extrema me arranqué las venas y extraje su sangre viscosa. La fui depositando en las cubiteras del congelador y reemplacé el vacío que dejó por agua helada. Desde entonces me he vuelto pálida, de un triste azulado al atardecer, con ojos de nieve y labios ocres.
Ahora, algunos días, abro el congelador y observo la sangre helada. Meto los dedos en la bandeja y arrebaño la capa rosada de escarcha que se forma en la superficie, se impregnan de briznas rojas, los chupo y algo parecido a una punzada me vuelve a patear el corazón; los relamo restregándolos contra el paladar y los succiono para extraer el último átomo de sustancia roja.
Cierro el congelador dejando allí mi sangre, hasta otro encuentro. No hay prisa. No existe fecha de caducidad.
Algunas veces camino con el último sol de la tarde. Me deshiela un poco y el músculo agarrotado y rígido hace intento de latir. ¿Por qué será que esta forma dura de tratamiento no resulta? ¿Por qué me persigue esa bruma de afectos?
El siguiente paso será succionar la sustancia gris y los ojos. Remover con dedos homicidas la capa granulosa hasta deshacer las células enquistadas de tactos. Y así, ciega, desvenada y descerebrada, conseguir la calma de un estado amnésico inmemorial.
Me suicidé en los recuerdos hace ya... ni lo sé. Fue al amanecer. Hacía calor y olía a nardos. En un arrebato de renovación extrema me arranqué las venas y extraje su sangre viscosa. La fui depositando en las cubiteras del congelador y reemplacé el vacío que dejó por agua helada. Desde entonces me he vuelto pálida, de un triste azulado al atardecer, con ojos de nieve y labios ocres.
Ahora, algunos días, abro el congelador y observo la sangre helada. Meto los dedos en la bandeja y arrebaño la capa rosada de escarcha que se forma en la superficie, se impregnan de briznas rojas, los chupo y algo parecido a una punzada me vuelve a patear el corazón; los relamo restregándolos contra el paladar y los succiono para extraer el último átomo de sustancia roja.
Cierro el congelador dejando allí mi sangre, hasta otro encuentro. No hay prisa. No existe fecha de caducidad.
Algunas veces camino con el último sol de la tarde. Me deshiela un poco y el músculo agarrotado y rígido hace intento de latir. ¿Por qué será que esta forma dura de tratamiento no resulta? ¿Por qué me persigue esa bruma de afectos?
El siguiente paso será succionar la sustancia gris y los ojos. Remover con dedos homicidas la capa granulosa hasta deshacer las células enquistadas de tactos. Y así, ciega, desvenada y descerebrada, conseguir la calma de un estado amnésico inmemorial.
Texto: María Jesús Silva.
Imagen: Cuadro de Marc Chagall; Desnudo sobre Vitebsk.
6 comentarios :
bueno... ese texto no es cualquier cosa...
no es fácil escribir con ese tono
(de un triste azulado al atardecer)
veo que dominas este registro.
bsos
Ya lo dije en una ocasión: me duele tanta tristeza. Va más allá de ampararse en la oscuridad, más allá de la muerte, más allá de todo. Es como si la nieve, el hielo, el silencio y la penumbra amparasen un mundo nuevo en el que no existe vida.
Tristura.
xos
Deberias de empezar a deshelarte para siempre. Esta noche puede ser un buen comienzo, ponte guapa!!!
Aitana
Que bueno sería que la memoria fuera ropa de quita y pon. Triste, Ada, menos mal que mañana es sábado. Beso.
Saca la sangre del congelador y vuelve a ponerla en su lugar, deja que el sol entibie tu cuerpo, descubre la belleza, no sólo la teñida de melancolía, sino la belleza de las pequeñas cosas.
El olor de un libro que se lee al lado de una jaracanda con sus flores lilas, lujuriosas, un atardecer desde las Vistillas con esa luz imponente de Madrid, una peli que te haga reír, compartir un té con alguien hablando de frivolidades, lo que yo llamo "echarse unas risas"
Uff! todos tenemos fecha de caducidad, aunque no sabemos cuando.
"Confieso que he vivido" tituló Neruda sus memorias. Es una buena recomendación. Vivir, a pesar de que todos o algunos cielos se vayan desplomando a nuestro paso.
Demasiado triste el texto, aunque en su ejecución resulte bello.
Un abrazo, Ada
Gracias a todos, por pasar y por leerme. El texto es triste, tenéis razón, pero todos me conocéis y ya sabéis lo tristona y sosa que soy.
Besazos.
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