abril 16, 2009

FRANCIS BACON EN EL PRADO

Hace unos días estuve viendo la exposición de Francis Bacon en el Museo del Prado. Se ha organizado en conjunto con el Tate Modern de Londres y el Metropolitan de New York. Al final me alegré de pagar la entrada, que me parecía carísima, y disfruté de los cuadros y fotos expuestos en torno a la obra de Bacon.
La exposición se divide en varios temas: comienza con la influencia que Picasso ejerció sobre Bacon durante los primeros años y termina con la última etapa en la que se manifiesta un clasicismo sereno. Entre medias aparece la serie a los Papas, las bocas, con su interior lleno de hileras de dientes, agresividad. La influencia de Van Gogh y Munch también tiene su sala; aparecen las sombras de los cuerpos, los colores fuertes, los temas de la crucifixión, el estudio de los animales. Hay una parte con los dibujos que ocultó durante años y que eran ideas para futuras composiciones.
El retrato para Bacon es el gran género. Retrata a sus amigos porque opina que el daño que les va a causar llegando hasta el fondo de su persona, sólo lo puede perdonar un amigo. Su pintura siempre es el reflejo de sus grandes obsesiones. Un hecho que le cambia, emocionalmente, es el suicidio en París de su amante, George Dyer, a partir de ese momento pinta una serie de obras en homenaje al amigo muerto, al hombre que él más había querido. Aparecen los fondos negros sin saber a donde conducen. La obra de Bacón tiene esa belleza descarnada que petrifica en sus óleos. Bacon nunca quiso retratar una realidad fiel, sino una realidad mental de las cosas y de los personajes, alargarles en los trazos y en la continuidad de la perspectiva reflejada.

Un relato:

Francis Bacon monologando con el retrato de George Dyer en un espejo

Me gustaría saber qué somos exactamente. Qué alma oscura nos mueve en los túneles de esta vida que, obviamente, conocemos día a día. Qué hay al otro lado del espejo, ese que distorsiona nuestro yo y que, en ocasiones, refleja fielmente lo que somos y no queremos ver, no queremos ser. Esa dualidad que existe entre dos seres aparentemente iguales y sin embargo tan diferentes. Bebo. Bebo para olvidar este personaje que no me gusta, que tiene mi cuerpo pero no se corresponde con la persona en la que me encuentro. Se ha acomodado entre mis delirios y mis rutinas y no me abandona. Además, le soy escandalosamente fiel. El vodka hace cabalgar mi cordura hasta el límite, allí se desencadena el subconsciente más fuerte, peligroso. Ese que tiene enjaulado al verdadero Bacon. Y es entonces, hambriento y cegado, entre tinieblas de grandes focos, donde me arrojo contra el lienzo en blanco y brota la sangre, la saliva, los mocos, las heces, el semen... Se mezclan entre los azules, amarillos, morados, rosas, blancos. Mi hambre desencadenado y voraz llega a ti, y tú, George, me acaricias la espalda y me seduces hasta el umbral del clímax en el que nos devoramos. Sólo dura un minuto, un espacio que se va deshabilitando a medida que el alcohol pierde su efecto. Y chocamos contra la realidad, contra el vacío en el que tú quieres dejar de existir y yo no me atrevo ni a pensar que un día tendrás abandonarlo.

Tu imagen perdida en la niebla me llega desde ese retrato, que te pinté una tarde sentado en tu sillón. Intentábamos descifrar la diferencia que existe entre estar muerto y sentirse muerto. Llegaste a la conclusión: sólo respirar separa un minuto de otro. Cierto, te dije, la angustia desaparece en ese punto que existe entre el corazón y el diafragma, exhalar el último aire conforme la rigidez muscular va apareciendo, se coagula la sangre, se hiela la mirada cautivando el reflejo de la última visión. El placer es imposible de definir y el horror y la muerte ocupan el mismo plano.
Te reconozco George, en cada gesto partido a la mitad, en el tacto de tus dedos resbalando por mi mano hasta chocar contra los pinceles que giran alocados y hacen carreras de un extremo a otro de la creación que no sé dónde acabará. Te miro de frente, subido en esa plataforma donde has colocado tu sillón para no tambalearte, para aparentar seguridad mientras te miras en el espejo negro de tu callejón particular al que has dado prioridad y no abandonas. Te retuerces entre recovecos suicidas y alargas las piernas buscando la superficie firme que mantenga a flote la fragilidad de tu vida. Observo unos ojos inquietos, ligados invisiblemente a la angustia que padeces. Me has dejado sin conexión para seguir descubriéndote. Eras treinta años más joven, nunca me importó. Lo sabías. Esa diferencia en el tiempo no fue la que nos separó, fue tu desorbitado apego a mi alma. Me la quisiste borrar, adueñarte de ella. No te dejé, eso es lo único que te negué. Nadie podrá poseerla. No aceptaste que mi mundo no fuera el tuyo. Te dije lo que temías oír: Entregarse completamente al otro es como una catarsis. Ya todo es del otro. Tu imagen enfrentada en el espejo se parte en dos, refleja el hachazo de la controversia. Desconfianza entre el hacer y el pensar. Luces apagándose, oscuridad doliente. Sacudidas trémulas, disimuladas con tranquilizantes y alcohol, caricias arrancadas al deseo y al dolor. “El hombre había matado lo que amaba y por eso tenía que morir”*. Elegiste París. La ciudad que tanto habías anhelado conocer, la que amabas en postales y en películas.
Allí decidiste abandonarte a la locura de tu sufrimiento. Al minuto eterno que paró tu reloj y se llevó mis horas.
Empieza a llover y siento tu ausencia. Una telaraña brillante que me va atrapando en su tela con millares de hilos tejidos por ti. Gotas relucientes que me dejan colgado de un tiempo que tuvimos, que abandono.
Es cierto lo que dejaste escrito: Todo se agota, todo se consume, todo se muere.
Ahora vacío. Si gritara... quién me oiría.


(*) Frase tomada de la película sobre la biografía de Francis Bacon: El amor es el demonio de John Maybury (1998).

Texto: María Jesús Silva

Foto de Bacon en su estudio: wordpress.com

Foto del cuadro 'Retrato de George Dyer' http://www.educattyssen.org/

3 comentarios :

Andrés Portillo dijo...

Tremendo relato, Ada. Desgarrado, triste, melancólico... Sobrecoge. Lo he leído dos veces y voy a por la tercera; tomo mucho aire para que me dure hasta el final.

Besos

Baco dijo...

Oh, sí, lo recuerdo.
Chirbes, fue el gran Chirbes el que me enseñó a miraqr un cuadro de Bacon. Nunca dejaré de recomendar su estudio de este cuadro. Sobre todo a los literatos.
Cómo duele el relato.

María Jesús Siva dijo...

Andrés, gracias, quizá sea un poco caótico, a veces he tenido dudas de darle la vuelta y dejarlo más claro, no sé..
Besos.

Baco, Chirbes es un genio y ese ensayo sobre Bacon tiene un gran valor, me encanta, puro descubrimiento sobre su obra.
Besos